viernes, 20 de julio de 2007

Breve nota sobre el transporte lisboano

Así es. No podía faltar la pequeña reseña que contrasta nuestro desventurado sistema de transportes en Santiago. Pero no es mi objetivo seguir menospreciando nuestros lindos e infrecuentes buses blancoverduscos y metro que desborda almas humanas, sino que estoy dejando en evidencia el sistema usado en otra de las capitales del mundo: Lisboa.

A pesar de que para moverse a ras de suelo existen buses no-orugas (pero muy modernos también, marca MAN), una de las opciones para no andar a pata de un lado para otro son los tranvías. Localmente llamados elétricos, son más lentos que la reforma previsional y a menudo están atestados de gente (lo cual me hizo evocar mágicos momentos tanto en el metro como en las micros de Santiago), pero ofrecen una pintoresca visión de la ciudad.



Tuvimos la suerte de tomar un elétrico a un horario donde estaba casi vacío. Lamentablemente, en un principio no teníamos muy clara la distancia a recorrer, que resultó ser unas pocas cuadras. Gracias a los semáforos y el tráfico, nos hubiésemos demorado menos caminando.



Pero tengo que reconocer que fue una bonita experiencia (aunque sólo fuera por un par de cuadras). El aparato apenas hace ruido, no chirrían los rieles y el cable que da a la electricidad tampoco suena amenazador. ¡Y además era muy bonito y limpio por dentro! Muy digno de un país desarrollado...

Pero nada iba a escapar a mi ojo avizor. Bastó que fuera la hora de almuerzo para que detectase que estos trencitos eléctricos se llenaban de gente. ¡Por poco y quedaban colgando! Ahí caché que estos tranvías son muy prácticos a la hora de hacer recorridos por calles demasiado pequeñas (propias de Lisboa), pues los buses no pasan (ni caben) por ahí.




Y con relación al metro: las puertecillas de entrada son de lo más simpáticas y modernas que hay. ¡Lo único que les falta es lanzar un suspiro cuando se abren! Tengo que admitir que por más que hayamos andado en metro, no me canso de mirar cómo se abren y se cierran.



Hoy viajamos en metro en horario punta. A medida que bajábamos las escaleras hacia el andén, nos quedamos helados: las rodillas nos comenzaron a temblar, gotas heladas de sudor empaparon nuestras frentes y un escalofrío nos recorrió de pies a cabeza, pues la escena parecía sacada de una de las más oscuras pesadillas del transantiago. Casi hasta las escaleras la gente se agolpaba en el andén, mientras esperaban que llegase el metro. ¡Dios santo, danos fuerza! Sin embargo, cuando terminamos de bajar caímos en cuenta de que este terrible déjà vu sólo se limitaba a una porción pequeñísima de todo el espacio construido. La razón: el metro de Lisboa sólo tiene tres vagones. Así es: ni uno, ni cinco, ni ocho; tres vagones. Por lo que es natural que la gente estuviese tan apiñada. Y al final ni siquiera resultó ser tanta gente, incluso mi mamá se pudo sentar. Jojojo... Lo que sí, las puertas cierran relativamente rápido así que hay que ser muy veloz y ágil.




Para terminar este relato, DEBO hacer mención al momento culinario del día de hoy. Fuimos a un área de Lisboa llamada Belém, donde por ahí leímos que hacían unos míticos pastelitos de nata en una antigua pastelería de la zona. Muchas leyendas circundaban estas delicateces, entre las que cuentan que un sinnúmero de importantes personajes de la historia las han probado (incluso se dice que Bruno Carrillo tuvo uno de esos pastelillos entre sus manos y lo devoró de un solo mordisco).

Bueno, poniéndonos más serios, era cierto. Eran míticos, eran dulces, eran suaves; lo eran todo. Se veían muy pequeños y humildes, pero después del primer mordisco no sabías si seguías en la tienda o habías accedido a un nirvana personal. Cubierto de una tierna capa de milhoja delicadamente salada para mantener un equilibrio áureo (exactamente en el punto donde la milhoja no es seca, pero tampoco demasiado húmeda), a medida que seguías mordiendo tus sentidos entraban en contacto con el relleno: una salsa suave de vainilla con toques de canela, cuya consistencia pura tenía un sabor dulce potente pero en ningún motivo te sentías hastiado. Todo lo contrario: sentías que tenías que pegarle un segundo mordisco, y un tercero, y un cuarto, pues de alguna manera los creadores de estas obras maestras encontraron la manera de refrescar, despejar y enviciar el paladar con 100 gramos de perfección hecha dulce.



Para quien vaya a Lisboa y sea amante de los dulces, es mi deber obligarlos a que pasen a comer estos pastelitos a la pastelería de Belém. Hay un mar de gente todo el día haciendo cola para comprarlos, y ya comprendimos por qué. No en vano la tienda lleva abierta desde 1837, y a este ritmo ( y si mantienen inalterada la receta mágica) tienen para mucho rato más.



4 comentarios:

noesmasqueblabla dijo...

Ajajajaja... que me reí con lo del metro de Lisboa... me recordó a los metros santiaguinos que dicen "Tren corto" y todos corren igual como lo hicieron ustedes cuatro... jiajiajia

Ya sé cuál es el futuro de Bruno Carrilo como periodista (ya que ando vaticinando futuros)... ¡¡crítico culinario!! Ajajaja... serías feliz, o no?

Besos!

Danigirl

Alfonso dijo...

Hola!!!!!

Me sigo entreteniendo com as noticias. Como meu Not, esta haberto o dia todo no meu Studio, ja comento com os mas proximose mostro as tuas imagens.
É optimo pois quem conhece ja amplia os fatos teus!!!!!

Me senti acompanhado por todos ustedes, como si estivese percorriendo, sintiendo e casi degustando todas essas comidas.

BESO GRANDE
Papi

Unknown dijo...

¡¡ Que bueeeenaaaaa!!
Tal y como te dicen Danigirl y tu papá, me he sentido casi en tus zapatillas subiendo y bajando por las calles angostas, subiéndome al metro. ¡Y que decir de los pastelitos de Belem! Se hace agua la boca incluso antes de ver la foto.
Este viaje compartido ha resultado ENTRETENIDÍSIMOOOOOO....¡MUCHAS GRACIAS!
Besos y abrazos para todos, Tia Chela.

Juano dijo...

Bruno, debo confesar que me hiciste la tarde con todas tus crónicas, que no había tenido oportunidad de leer antes... Y más encima, una horrible tarde santiaguina donde parece que no para de llover hasta mañana, así que muchas gracias! Que ganas de comentarte cada cosa, pero me extendería demasiado, sólo me queda darte un dato: en Estoril está el casino más grande de Europa, si es que te gustan esas cosas es para darse una vuelta! Y si no, Praia Morena, al sur de Lisboa, era complicado llegar pero valía la pena, un abrazo y nos vemos!