jueves, 26 de junio de 2008

En los descuentos


Y disfrutando a concho. Sólo quedan tres o cuatro días para que nos echen del dormitorio, y a estas alturas del partido ya son muchos los que ya volvieron a sus respectivos países. Casi un año de experiencias, un año de estudio, un año de vacaciones, un año de... todo.


Organizamos comidas, cumpleaños, salimos a bares, restoranes, izakayas, conciertos y ferias internacionales; recorrimos de pe a pa el país y nos tomamos casi hasta la última gota de cerveza. Nos metimos más de 8 años de enseñanza de Japonés en tan sólo tres trimestres, y hasta los profesores terminaron saliendo con nosotros a "cenar".


Es tanta la gente que uno conoce. Gente que por pura cazuela estuvo compartiendo un curioso lugar común y crean lazos de amistad, negocios o simplemente de respeto. Pero es algo que ya se siente un poco más lejano, dado que son pocos los que vamos quedando.


No es que saliéramos todos los fines de semana, pero cuando podíamos y daba el bolsillo salíamos a probar nuevos horizontes. Y ahí, en bares, fue donde pude poner en práctica el japonés que aprendí. A la larga debo admitir que me sirvió. =) Entre celebración y celebración, se va soltando de a poco la lengua. Debo de ser el paralelo de un gringo en santiago hablando "yo, quererrrr, irrr a stacion manueul mountttt"... Gramáticamente impedido, pero a grandes rasgos la comunicación se logra.


Hasta fuimos al bar que sirvió de inspiración para filmar la escena de los 88 locos en "kill bill 1.0". Y bueno, para qué comentar la vida de día: no importa hasta qué hora nos quedásemos parrandeando, siempre levantaditos a las 8 am, listos para ir al cerro. Digo listos extendido a un "nosotros" que incluyó a varias personas distintas y yo. Por lo general íbamos dos o tres personas, casi siempre de grupos distintos. Quienquiera que me apañara a algún lugar nuevo, ahí me entraba compañía. Y cuando no, iba solito. Ni un rollo.


Lo comido y lo bailado no te lo quita nadie. Creo que le he sacado al trote a este viaje, y ya va quedando poquísimo tiempo para volver. Unas 3 o 4 semanas no más, dentro de las cuales me encontraré en constante movimiento y con internet esporádico. Por lo que aprovecho de despedirme en cierta manera con este post, antes de que me traguen los incontables deberes que tengo para con el dormitorio antes de que me echen el 30 de junio. En Chile se acercan las vacaciones de invierno, y pareciera que todo el mundo está en exámenes. Vamos que falta poquito! Ya nos veremos las caras.

jueves, 12 de junio de 2008

De noche se pinta el estudio.


Pero el viaje no terminó ahí. Tomamos esta foto con auto timer (10 segundos, no me pregunten cómo llegué hasta allá) a la mitad del camino. Eficientemente creo que podríamos haber hecho los 4 kilómetros en una hora, pero nos tomamos casi 5 entre puro jugar saltando en las piedras y tomando fotos artíshticas.


Como verán, Angel (léase "Eingel", pues es australiana) estaba de lo más feliz encaramada en las piedras. Casi que me la tuve que echar al hombro en medio de pataletas, es muy apegada a sus queridas rocas aparentemente.


Y esta foto ya sabes a quién mostrársela, pai ;). Le doy el crédito a la fotógrafa en todo caso!


Y un mar de pinos por todos ladooos! Morí derretido por todos esos arbolitos lindos. Al igual que lo hago cada vez que voy al sur de Chile =D


Árboles que, claro, teñían de verde todo el entorno. La gente que paseaba por ahí nos miraba con curiosidad cada vez que tomé fotos con autotimer, pero a mi parecer es la manera más eficiente de lograr una foto enfocada a tu gusto (y que el turista no te corte la mitad de los árboles cuando quieres salir en un bosque, o que te corten los pies, etc etc).


Una vez que llegamos a la puerta de piedra (ishimon) supimos que estábamos cerca de la mítica catarata. A pesar de que no se ve tan grande en la foto, el peñasco es enorme, daba un poco de susto pasar por debajo.


Y lo más notable es que las piedras de la Ishimon no se tocan entre ellas. Hay un espacio de unos escasos 30 centímetros entre roca y roca. Me dieron unas ganas irresistibles de encaramarme ahí y meter el brazo o la cabeza y sacar una foto simpática, pero los miles de carteles de "no se suba, pena de 500 dólares" y la continua afluencia de turistas acabaron por mermar mis ganas.


Alegría! Luego de sus buenas horas de entretención llegamos a la caída de agua. No es ninguna Iguazú, Niágara o Salto del Ángel, pero se defendía en sus japoneses términos. El entorno era lo que lo hacía valer todo.


Cuando llegamos a la cima del camino había tiendas de suovenires y.. ¡Rocas! Piedras preciosas y semipreciosas de todos los tamaños, formas y colores. Me encontré como en Brasil viendo aquellas tiendas enormes que hay con amatistas, granates, citrinos, ágatas, cuarzo, cristales de roca y quién sabe cuánto guijarro más metido entre todas las piedritas.


Y si digo de todas las formas y tamaños es porque realmente había de todas las formas y tamaños. Los precios, sin embargo, eran tan grandes como ese cuarzo rosa de la foto (la piedra de la felicidad, como le llamaron. Cuando apoyé la mano, una vibración me hizo cosquillas en todo el brazo y hasta el hombro).


La atracción principal de la tienda era una bola de cristal del tamaño de una pelota de fútbol profesional. Cristal de roca certificado, pasado por exámenes de calidad y pureza del máximo calibre.


La susodicha obra de arte valía nada más ni nada menos que 200 millones de yenes; esto es, 2 millones de dólares o en otros términos 970 millones de pesos aproximadamente.


Luego de llevar 8 horas de sueño en las últimas 72 de estudio, sucumbimos ante el cansancio y Angel durmió casi hasta que llegamos. Yo, por mi parte, permanecí despierto hecho un zombie más muerto que vivo, pero llegamos sanos y salvos a destino. Un buen plan de sábado por el día en la quebrada de Shosenkyo.

miércoles, 11 de junio de 2008

De estudio se pinta la noche


Otro fin de semana, otro viaje. Y esta vez fui niño bueno: nos quedamos estudiando el viernes en la noche con Angel para adelantar tareas y "descansar" para el sábado. Pero "descansar" significó dormir nuevamente una hora y media (a las 6, con todos los pajaritos cantando hicimos calabaza y a las 8 ya estábamos en la estación de tren). Nuestra meta: el pequeño pero fabuloso valle de Shosenkyo, a unas 2 - 3 horas al sur de Tokyo.


El recorrido eran 4 kilómetros de un camino agradablemente pavimentado y sin sobresaltos que bordean el pequeño caudal de agua en la foto. A menudo con rocas grandes, me recordó mucho de ríos que tenemos al sur de Chile.


El rugido del pequeño pero furioso rápido era amortiguado por la vegetación circundante, y sólo se podía apreciar cuando uno llegaba hasta la orilla. Esta vez no quise mojar las patitas porque el día estuvo un poco ambiguo en términos de sol, pero al menos metí los brazos hasta el codo. El agua era muy, muy fría. Muy fría! Tan fría! Cuán fría?


Dado que nos esperaba sus buenas horas de caminata optamos por hacer un poco de meditación Zen al encontrar las piedras adecuadas (es la solución a todos tus problemas de cansancio). Jajajaja.


Y naturaleza siempre sorprendiéndonos con pequeños habitanes: orugas coloridas...


Orugas descoloridas...


Y el logro fotográfico del día: lo llamo "chinita amarilla color rojo en una rama muy verde"


No podía faltar la foto de flores... Las clásicas de tallito gelatinoso y baba pegote.


Ahora bien, en varias ocasiones tuvimos la oportunidad de bajar hasta la ribera y encaramarnos en las rocas enormes que había, y aprovechamos de tomar un par de fotos panorámicas. A menudo la gente nos miraba y se preguntaba cómo demonios habíamos llegado hasta donde estábamos, pero nadie estaba dispuesto a pasar por los nidos de araña, enjambres de mosquitos furiosos y piedras resbaladizas que había para llegar allá. El precio de la gloria, supongo.


Y pensar que este paraíso vegetal se encuentra a sólo 2 horas de una selva de cemento que es una de las metrópolis más pobladas del mundo.


Creo que habría sido feliz llevando mis cuadernos y estudiando ahí, al borde del agua. Claro, llevando un buen traje de baño, su llanta de camión, huevitos duros y mi toalla de playa descolorida.

martes, 3 de junio de 2008

El verde... aún es tiempo de regresar al verde!


Partimos tempranito el domingo pasado. Tan tempranito que sólo alcancé a dormir una hora y media entre parranda y salida, pero había que hacer valer el único domingo soleado del mes. Así que a las 7:30 emprendimos el camino a Mitake, cerro ubicado en la periferia de Tokio, una hora y media alejada de la universidad. Fui con Angel, que fue quien planeó todo el viaje (mi parte del trato era hacer de burrito de carga, tarea que cumplí a cabalidad).


Una vez que llegamos a la pequeña estación de trenes, tomamos un bus local y llegamos al pie del tranvía, que es la forma más rápida de acceder a estos cerros bañados de árboles.

Como siempre, había uno que otro templo. Así que decidimos tomar una foto dramática junto a la estatua del samurai local. ¡Qué lineas, qué abruptas diagonales, cuánta pasión en aquellas simetrías! Todo estéticamente estudiado, por supuesto, y capturado gracias al auto timer de mi ya bien trotada cámara.


Una vez pasado el templo, emprendimos el camino hacia el parque de piedras que se suponía que era la atracción principal. Y a los cinco minutos de caminata nos encontramos sumidos en un mar de verde: árboles, insectos, troncos, rocas y hasta uno que otro viejito por ahí (todos verdes, obvio). El sol pegaba lo justo y necesario para hacer placentera la brisa húmeda de bosque, y un silencio de siglos de vida nos acogió afectuosamente. El trino de pájaros y árboles meciéndose al son del viento fue la música que nos acompañó todo el viaje.


Mitake no es un lugar demasiado popular entre los turistas, gracias a lo cual no está sobreexplotado -como suelen estarlo las atracciones de hoy- y pudimos apreciar el estilo más tradicional del bosque japonés. Con arañas de curiosas formas y todo...


Y, claro, no podía faltar una foto de los protagonistas en el bosque. Creo que fue la parte más café que encontramos.


Anduvimos alrededor de una hora caminando en medio de centenares de árboles que se estiraban como finos dedos hacia el cielo, y el suelo cedía muy suavemente bajo nuestros pies. Años y años de musgo, hojas muertas y ramas blandas fueron lo suficientemente gentiles como para acolchar nuestra marcha.


Pero el camino no nos iba a hacer las cosas tan fáciles: pasamos por senderos estrechos con amenazadoras pendientes, riachuelos rocosos con ansias mojadas de comer zapatos y murallas de raíces intrincadas como tentáculos.


Y cuando pensamos que las cosas no podían ponerse más verdes, la madre naturaleza nos dio un tortazo de flora entre ceja y ceja. Estábamos más cerca del jardín de rocas y las famosas cascadas (aunque el jardín no lo encontramos nunca, jeje).


El agua estaba fresquísima, y las piedras cubiertas de musgo formaban pequeñas cascadas cuyo sonido suave le dan mil patadas a todos esos CD de "sounds of nature".


Nada más placentero que el arrullo de un arroyo. Del desayuno un rollo, una cámara a rayas, y por fotógrafo un carrillo.


Una vez que nos topamos con el riachuelo, la senda nos llevó bordeándolo por otra media hora de agradable caminata.


A ratos el sol escapaba de las nubes e iluminaba violentamente el bosque. A esta foto no le di ninguna clase de retoque, y aun así encuentro que le faltó verde para lo que vimos. ¡Imposible meter tanto color en una sola foto!


Uno de los árboles centenarios sagrados de la zona.


Y al cabo de un rato ¡llegamos a la primera cascada!


El agua al caer tiraba mucho viento y me bajaron unas ganas enormes de bañarme, pero los 15 grados que hacía y la falta ocasional de sol me llevaron a conformarme con verla así, de cerquita.


Para la segunda tomamos otro camino, y luego de bajar varias escaleras de metal casi verticales talladas en roca llegamos. Era pequeña, pero empeñosa. Y un murmullo de ensueño que casi nos echó a dormir en el lugar...


Nada mejor que saltar encima de los árboles. Por poco y me cubro de arañas (no caché que había un nido), pero logré despegarme justo a tiempo del tronco.


Volvimos luego de otro par de horas de caminata cerro arriba, por unas rústicas escaleras de madera. El tramo de vuelta en el tranvía fue el premio del día, y conseguimos asientos en primera fila para ver el show de naturaleza camino abajo.


Y una hora después llegamos al río Tama, unas cuantas estaciones de tren camino hacia Tokio. El timing fue perfecto, y las nubes alcanzaron justo a desparramarse para poder ver la puesta de sol. Fue un día perfecto.



Y ahora a correr! Se me fue toda la hora de almuerzo en escribir, y estoy atrasado a clases =P.