miércoles, 26 de marzo de 2008

Samurais, castillos y pobres diablillos.

Un mes prácticamente. Harto tiempo, pero ándale que pasa volando. En Santiago ya todos volvieron a clase (o a la pega) y estoy seguro de que a más de uno se le apareció marzo (mis pésames). En lo que respecta a mí, el tercer mes del año partió un tanto agitado. Mis dos papás en un comienzo perdieron sus respectivos aviones para venir a visitarme, a lo que me vi forzado a rehacer absolutamente todo lo que tenía organizado para este mes: reservas, pasajes, hoteles, aviones, etc. El trabajo que me tomó 3 semanas lo tuve que hacer en 8 horas, pero con el apoyo de mis papás (y el último pedazo del pie de limón que cociné) logré salir adelante.

Entre los nuevos planes tenía planeado ir tres días a distintos lugares explorando baños termales, siendo mi última destinación una isla varios kilómetros alejada de la civilización. Gracias al viento, la lluvia y olas de considerable tamaño, me quedé varado un poco más de lo esperado, pero llegué a tiempo a recoger a mis papás. (otro día subiré las fotos de la isla y ese viaje, parece que cuando uno viaja solo pasan las anécdotas más raras).


Y bueno, a la historia. Llegaron a las nueve aeme, el domingo pasado. Abrazo, abrazo, los eché de menos, nosotros también, y corramos porque tenemos ya ya que tomar el tren al sur. Bajamos a la oficina y canjeamos, entonces, el railpass (que te permite usar por un determinado precio gran parte de las líneas de trenes en japón). Quién habría visto a mi papá y mi mamá, sentados así hombro a hombro, algunos años atrás?


Tomamos el expreso que nos llevaba al centro de Tokyo, y ahí hicimos un cambio al Shinkansen (tren bala que alcanza velocidades cercanas a los 270 kilómetros por hora), que rápidamente nos debería llevar a Himeji, nuestra próxima destinación (más de 600 kilómetros al sur de tokyo)


Luego de cuatro horas y media más llegamos a Himeji, donde está ubicado el castillo original más antiguo de japón (o al menos eso dicen). Hasta ese momento mis papás llevaban más de 32 horas viajando, y yo llevaba como 2 horas dormidas en los últimos dos días. O sea, básicamente eramos tres entecillos que caminaban por la calle. Pero la dignidad ante todo, salimos adelante. Incluso llegamos a las puertas del castillo (que lamentablemente estaba cerrado a esas alturas).


Salimos bien temprano al día siguiente a caminar, combatiendo ferozmente el cambio de horario -que se encargó de dibujar estilosas marcas oscuras bajo nuestros ojos-. Percorrimos un buen rato, y entre medio encontramos un pequeño altar donde ya había florecido un cerezo pequeño.


Tomamos un desayuno típico de la región dentro de un starbucks (pa que vean lo tradicionalmente japonés que fue) y partimos al castillo. Todo aún mantenido en madera, los largos pasillos se extendían por varios cientos de metros, y el castillo en sí tenía 8 pisos (si mal no me acuerdo). Todo, repito, en madera de cedro centenario japonés. Y el olor se encargaba de recordárnoslo a cada paso que dábamos, con un aroma que parecía bailar agradablemente bajo nuestras narices.


Cada piso del castillo tenía una pequeña exposición de lo que fue el castillo en sus más de 400 años de historia. Entre las cosas que había habían hojas de wakisashi (espada corta) e incluso una katana cuyo mango y funda parecían hechas de marfil, con miles de pequeños detalles tallados.


Y, obviamente no podían faltar las armaduras de samurai (no la miren a huevo, la que usaba Tom Cruise en el último samurai estoy seguro que estaba pichicateada a mango).



Nota: por problemas de tiempo dejo hasta aquí esto, voy a alargar este post mañana cuando me abran el internet de nuevo. Saludos a todos!!