miércoles, 21 de mayo de 2008

Para dos de los cuatro fantásticos


Difícilmente voy a poder escribir todo lo que hicimos, reímos y caminamos con mis papás cuando vinieron en marzo, pues es demasiado. Si bien estuvieron sólo tres semanas (que reconozcamos, para efectos de la vida es casi un suspiro) hicimos tanta cosa que ni con cien entradas de blog podría describir la mitad. Pero por lo mismo aprovecho la ocasión para darles un pequeño homenaje por el tremendo esfuerzo que hicieron para venir, recorrer y adaptarse a un país en que casi todo es al revés.


Por curiosas razones, ambos perdieron los aviones antes de que vinieran a Japón. ¿Y desistieron? ¡No! Mi papá incluso se pegó un pique de Sao a Santiago casi por el día a renovar el pasaporte vencido y mi mamá hasta el día de hoy creo que está peleando con la aerolínea para que le indemnicen el ridículo error que no la dejó subir al avión. Se embarcaron, llegaron y, como conté unas entradas más atrás, los agarré de la mano y luego de 25 horas de vuelo los metí en un tren al sur. Y ahí comenzó la aventura. Nada de dormir hasta tarde, no señor. A las 8 de la mañana todos los días estábamos ya tomando desayuno. Japonés, por supuesto.


Tengo que reconocer que hice un planeamiento muy ambicioso de los lugares que íbamos a visitar; templos, parques, palacios, castillos, ríos, playas, monos, ciervos y quién sabe cuánta cosa más. Mi mamá se las arregló para hacerlas prácticamente todas, ignorando el (literalmente) hoyo que tenía dentro de la rodilla luego que le sacaran unos pernos en su operación un par de meses antes. En lo personal, aún estoy impresionado. Y mi papá tuvo la paciencia de despertarme prácticamente todas las mañanas entre 5 y 6 de la mañana para salir a caminar para abrir el apetito para el desayuno.


Luego de un breve lapso de tiempo logramos encontrar el paso de los tres para caminar para todos lados. Y nadie nos detuvo, ni lesiones, ni lluvia ni las bajas temperaturas. Tales eran las ganas de recorrer que mi mamá se compró un profesional bastón de andinismo para darle una ayudadita en las escaleras interminables que tuvimos que subir y bajar todos los días, y mi papá se recagó de frío con las engañosamente gélidas temperaturas que nos atacaron en varios puntos del viaje. Dolor, frío, hambre o cansancio, boquita cerrada y seguimos caminando y conociendo.


Y bueno, cabe recalcar que mi papá casi no sabía usar los palillos, pero a puro esfuerzo terminó hasta tomando sopa con ellos (no me pregunten cómo). Y mi santa madre, a pesar de que los desayunos japoneses no eran muy de su estilo, comía lo más posible y nos alimentaba los restos de pescadito, pepinillos, arroz y todos esos curiosos aderezos que acá comen tradicionalmente en la mañana. ¡Pero ni un puchero!


Partimos en la selva de concreto que es Tokyo, pasando por caseríos feudales, templos milenarios, trazando el mismo camino que los héroes que inspiraron leyendas hace quinientos años, y llegamos luego de 1651 kilómetros hasta el punto más meridional de Japón, a las aguas turquesa de Okinawa. Pero distábamos de estar sin aliento, así que arrendamos un auto y métale chala que vamos recorriendo. Detrás del volante, con paciencia de monja, mi mamá manejó para todos lados aguantando mis mandoneos, retos y "mamá cuidado!". Pero luego de un tiempo logré relajarme un poco y no infernizar tanto a mi madre santa y, en cuatro días, la mitad de la isla fue capaz de ofrecernos sus encantos, y disfrutamos agradecidos.


Cuevas, estalagmitas, selvas, monos y lo que venga, siempre caminando tranquilamente los tres. Nos pusimos al día por todo el tiempo que no pasamos juntos a costa de risas, abrazos y sonrisas, y descubrimos el perfecto equipo que formamos. ¡Casi que podríamos ir al Discovery Eco Challenge! Llegamos hasta el extremo del cansancio y seguimos sin amilanarnos ni un solo centímetro. Me sentí feliz, me sentí acompañado, mimado y querido. ¡Es la primera vez que me toca ser hijo único!


Si ya lo estaba pasando bien en Japón, todo se elevó exponencialmente cuando llegaron ellos. Lejos ha sido el viaje de mi vida (en lo que va de ella). Les doy muchas gracias a los dos por todos los sacrificios que tuvieron que hacer para venir acá y las cosas en las que tuvieron que ceder para poder seguir viajando. Los quiero a los dos. Son dos de los cuatro fantásticos seres humanos que componen mi familia, y tuve la oportunidad de sacarles el jugo al máximo. Ya le tocará a los otros dos. ;).

domingo, 18 de mayo de 2008

El poder del Ohm.



Y luego de cuatro días de estudio intensivo llegó el feriado. Sí, un bendito viernes que no sé por qué japonesa razón no tuvimos clases, y me venía de perilla para descansar y recuperar el sueño perdido. Pero ¡ingenuo yo! Luego de terminar las clases puntualmente a las 3 pm el jueves, quedamos de juntarnos a las 6 con los compañeros de curso para ir a celebrar a un pub. La razón: el término de la mitad del curso (cualquier motivo es buen motivo). Así que comenzamos tempranito, perfecto. "Me levanto temprano mañana (11 am) para estudiar para la prueba del lunes", pensé. ¡Pero noooo! Me acosté 2 de la madrugada para ser despertado 5 horas después con un refrescante e inglés "¡Bruno, levántate, tenemos partido de fútbol!". Así que creo que a la mitad del tercer tiempo (se les ocurrió jugar 3, los muy canallas) logré quitarme el sueño a fuerza de sudor y calambres. Así que el resto del día se tradujo en encontrar razones para no estudiar (es muy fácil habiendo tanta gente alrededor) y un poco de repaso...




Viernes, san viernes. Luego de una divertida velada que nos llevó a bicicletear por varios lugares de Tokyo (y tener que huir de un par de otro par culpa de nuestros escandalosos colegas) volvimos al dormitorio. Sólo para seguir conversando y apagar la velita a las 5 am. Pero claro, a las 9 en pie. Tenía prometido ir al famoso festival de Asakusa, en el centro. ¡No podía dejar plantadas a las dos señoritas que me pidieron que las acompañase! Fue bonito, interesante, y todo lo que quieran, mas no soy gran fan de las multitudes ni de estar horas parado con el sol en la cara. Pero caballero caballero, boquita cerrada y ni un puchero (obvio, jeje). Volví tipo 8, pero estrellita en la mano para mí pues estudiamos hasta la medianoche con Angel, la genio-australiana-cocinera que me utiliza como conejillo de indias en sus experimentos culinarios. Bueno, al menos me senté en la sala de estudios con todas las hojas y cuadernos abiertos. Pero cuenta igual, jeje.


"Ahora sí que sí, duermo hasta tarde!" fueron mis últimos pensamientos al ver 2 aemes en la pantalla del reloj. Pero una vez más, no Bruno, no. Suena el celular. 7 de la mañana. ¡Y los mil demonios! Entre sueños, esto fue lo que recuerdo:
-Bruno, estamos en la cancha, ¡te estamos esperando!
-¿Ah?
-Sipo, no te hagai el weón[sic] si prometiste hace dos semanas que ibas a jugar en el campeonato de Softbol
-¡Pero si en mi vida he jugado softbol!
-No se trata de eso, se trata de participar. Te estamos esperando todos.
-Pero si llovió toda la noche, la cancha está inundada!
-No lo sigas intentando, Bruno, estamos acá. Ven. Chao.
Click.

Sin comentarios. Debo reconocer que luego de refunfuñar un rato lo pasé bien, e incluso marqué un jonrón para el equipo. Y, para mi alegría, perdimos el segundo partido así que no avanzamos en el campeonato. Pero, mal que mal, fueron cuatro horas de juego. Y entre conversa, almuerzo, teléfono y demases ya me dieron las 6 de la tarde, y de estudio poco. Así que ahora a ponerme las pilas. Ni hablar de dormirme temprano, y mañana puntual a las 8 en la sala de clases para enfrentar las 4 horas de prueba. No hago más que acumular sueño últimamente. Y dele al ejercicio y estudio, y póngale a las salidas, festivales y templos, pero sin dormir. Lo único que pareciera quedarme por hacer en estas circunstancias es pensar en un lugar bonito y creer en el poder del Ohm. :)

viernes, 16 de mayo de 2008

Primavera, linda primavera

La primavera es de las bonitas estaciones del año (bueno, no es que sean tantas tampoco). Todo florece, los árboles vuelven a la vida luego de un frío invierno, etc etc.. Acá la primavera es particularmente famosa debido a los cerezos en flor, y se ve muy reflejado en la cultura (en los animés, fotos, historias, libros). Sin embargo, jamás me esperé que fueran tan bonitos los cerezos en flor.


A diferencia de los cerezos de Chile, los de acá tienen flores más grandes y los árboles también son enormes. Y las ramas literalmente explotan en flores.


Ahora bien, hubo dos cosas que me dejaron sin palabras de lo increíblemente lindas. La primera es la entrada a mi universidad, donde los 800 metros de árboles se convirtieron en un túnel de flores, que se veían más blancas que nunca al contrastar con el negro de los troncos de los cerezos. Cuando comenzaron a perder las flores una fina lluvia de pétalos caía sobre quienes caminaban por ahí. Simplemente magnífico.


Lo otro que me dejó para dentro fue cuando fuimos con mis papás a Megurogawa (literalmente río negro), un lugar en la mitad de Tokyo que no sé de dónde salió, pero entre todo los edificios y el concreto aparece este pequeño arrollo que, por kilómetros, está rodeado de cerezos que caen flojamente por los lados hacia el agua.


Es un pequeño oasis en medio de la ciudad, y no es tan conocido. Gracias a lo cual, no estaba repleto de gente como lo suelen estar las atracciones más tradicionales como los parques grandes de Tokyo.


Ese día caminamos sólo un par de kilómetros por el río, pues a mi santa madre la rodilla le pedía a gritos un descanso y a mi papá y a mí la tripa nos exigía almuerzo furiosamente. En dado punto tuvimos que cruzar una calle grande, y casi atropellan a mi papá. Las vimos negras!


A ratos también se formaba un túnel de flores sobre el río. Un espectáculo grandioso, y especialmente sobre el hecho de que el agua estaba tapizada de delicados pétalos pálidos de cerezo.


Estoy muy feliz de que mis papás hayan tenido la oportunidad de ver todo lo que vieron. Fuimos increíblemente afortunados en relación a todo lo que pasó. El hecho de que perdieran el primer avión les permitió presenciar una de las cosas más lindas que he visto en mi vida. A todo quien tenga alguna vez la oportunidad de venir a Japón, le recomiendo que venga ya sea a finales de marzo para la increíble primavera, o a finales de noviembre para el rojo otoño.

domingo, 11 de mayo de 2008

Ropas fugitivas.


Nunca he sido muy bueno para comprarme ropa. Al contrario, voy dos veces al año como mucho. Pero hice un pequeño esfuerzo antes de venirme a Japón por comprarme un par de pilchas más. Lo que me llevó a comprar la no demasiado exagerada suma de dos poleras y un pantalón de buzo. Ahora bien, ya van más de 9 meses desde que estoy acá, y lentamente mis prendas han ido muriendo debido al uso extremo que les he dado estos meses. Calcetines es obvio que mueren pronto, especialmente si se camina mucho, así que he tenido que comprarme hartos acá (especialmente porque se anda mucho sin zapato dentro de las casas y las habitaciones, y no quieres andar mostrándole los sendos forados a las señoritas cuando las visitas). Debo recalcar, eso sí, que mi dedo gordo del pie izquierdo está hecho un experto en agujerear calcetines. ¡Shock! La mitad de mi stock tiene hoyos por culpa de mi dedo gordo. Y le corto la uña, se la limo, lijo, aplano, encero y aún así no hay caso. Vez que me saco las zapatillas ahí está él, mirándome rechoncho y sin vergüenza a través del hoyito fresco que acaba de hacer. ¡No hay respeto! Para poder luchar un poco contra esto me he hecho un maestro zurcidor de calcetines y otras prendas, pero ya van metros de hilo invertidos en las calcetas y la cuenta sigue...


Las zapatillas: A los 6 meses, mis pobres North Face amarillas de liquidación semi fenecieron. A lo que me vi forzado urgentemente a buscar una solución, pues estaban expeliendo demasiado mal olor y el plástico duro que asomaba en la parte del talón me estaba haciendo heridas en mis queridos Aquiles. Por lo que, luego de un par de semanas de búsqueda encontré estas joyitas, compradas en la módica suma de 15 mil pesos chilenos, precio que sólo fue posible porque estaban con un 80% de rebaja. Actualmente mis rojitas ya están en vías de morir, pues han recorrido medio Japón en estos tres meses que las he usado. Sólo espero que me duren hasta volver.



Mis jeans: Esta es la parte que más me duele. Porque gracias a mis peculiares cualidades anatómicas me es muy difícil encontrar jeans que me sean cómodos y se vean bien. ¡Sumamente difícil! Y mis jeans favoritos grises, que encontramos con Peñín hace dos años ya en una tienda de los cobres de vitacura acabaron por morir completamente la noche que partió la Ceci. Me explico: a los dos meses que llegué acá, ya habían sufrido rajaduras de lado a lado, pero con paciencia y cariño los zurcí. Los llevé a Corea, aquí y allá, y nuevamente terminaron rajados. Y los cosí. Y así se fueron rajando y yo cosiendo, hasta que en la fiesta de despedida de la Ceci se rajaron hasta el punto en que no los puedo reparar. ¡Tragedia! Ahora sólo quedan mis azulitos, que ya tienen hartas cicatrices. Y ni pensar en comprar ropa acá. Es increíblemente cara y los japoneses, como son pequeños y flacos, no vienen con mis medidas occidentales.


Lo que me hace recordar que el panda del zoológico de Tokio pasó a mejor vida no hace mucho. Panda que tuve la triste oportunidad de ver cuando fui y, si me preguntan, creo que el pobre está mucho mejor ahora en el nirvana shintoísta que en la jaula cochina que le tenían. Así que el primer ministro japonés le estaba haciendo la pata a Hu Jintao (premier de China) para que se rajara con un pandita pal zoológico.

Y me despido por hoy. A coser mis jeans, mis calcetines y una polera con ventilación axilar. A lavar la ropa, a pasar la aspiradora y lavar los platos. A terminar los kilos de tarea que tengo pendientes para mañana, porque si no las profes me van a tirar a dormir con los pescaditos, igual que la Ceci cuando fuimos al acuario de Osaka.

sábado, 10 de mayo de 2008

Mango curry. ¡Y qué hambre tengo!



Pues sí, nalgada para mí. Meses sin actualizar, siendo que en un comienzo era un blog tan lleno de anécdotas y recuentos de mi vida acá. Pero pareciera que en el momento en que se fueron mis papás tropecé y comencé una caída libre en un pozo lleno de viajes, estudios, risas, amigas y amigos. Apenas dejé a mis papás en el aeropuerto volví inmediatamente a la sala de clases, aún un tanto acabado de todas las caminatas que hicimos durante esas tres semanas. Caminatas que claro, comenzaban a las 6 de la mañana y no terminaban sino hasta entrada la noche. Por los lugares más espectaculares que he conocido jamás, poniendo en práctica el precario japonés que he aprendido y comiendo todo lo que se nos pasaba por el frente.


De más está decir que estudié durante las vacaciones para mi curso de intensivo tres de japonés, dado que iba a faltar una semana completa cuando viniera la Ceci. Y una semana completa en intensivo ES un montón de materia. Uf! Me las arreglé sin embargo para sacar un digno 70% en la primera prueba. Pero al precio de dormir poco. Aún no me recupero completamente, pero vamos a de a poquito o no?


A ver, un pequeño recuento: antes de que llegaran mis papás, quedé una semana atrapado en la isla. Llegaron y viajamos por tres fabulosas semanas en Japón. Volvieron, volví a clases, pasó una estresada semana y llegó la Ceci (sí!). Viajamos nuevamente por Japón, se volvió (bu) y volví a clases. Una semana, fin de semana (utilizado para estudiar), otra semana, y viaje al norte de Japón (a toda raja). Y ahora estoy aquí, escribiendo en los pocos minutos que tengo antes de salir. Intentaré subir cortas anécdotas un poco más frecuentemente, pero ya me rendí de plasmar acá todo lo que he vivido acá. Es demasiado! Y es bueno por otro lado porque tendré más historias que contar cuando vuelva sin que me digan "ah, si po, si lo leí en tu blog". :) jejeje.


Espero que pronto tengan noticias más frecuentemente mías. Estoy orgulloso de mi achoclonación eficiente de tiempo. Esto es, intentar sacarle el máximo de provecho a todos los minutos libres que tengo (si hasta tengo una pequeña libretita con horarios para cada cosa, que obviamente de vez en cuando no la pesco mucho pero lo intento, je). Por entanto, a pasarlo bien! Llueve en Tokyo.