sábado, 26 de enero de 2008

Como quien va al mercado central...


Tres intentos fallidos. Tres ocasiones en las que intentamos ir a Tsukiji, el mercado de pescados más grande y fresco del mundo entero (o al menos eso es lo que dicen). Y por fin lo logramos! La noche anterior estuvo cargada de tequila, cervezas, risas y llantos, pues estábamos celebrando el hecho de que perdimos el gran campeonato inter dormitorios de la universidad (obvio, siempre hay que celebrar). Me fui a la cama a la 1 am, y a las 4 me vinieron a despertar para partir al mercado (que está abierto sólo entre 4 y 8 de la mañana). Una hora y poco más tarde, estábamos en Tuskiji.


El lugar era enorme, y emanaba vida. Gente corriendo de un lado para otro, acarreando pescados, mariscos y criaturas que ni en mis pesadillas más duras podría haber imaginado.




La gente usaba estas pequeñas grúas motorizadas para mover los pescados, y había cientos de ellas. Te tocaban la bocina o pasaban peligrosamente cerca tuyo a toda velocidad, dejando en claro que estabas estorbando en su diligente mañana.


Comencemos con los bichitos:

Camarones...


Centollas,


Todos los productos del mar los podías comprar en cualquier etapa de frescura que quisieras -salvo quizás los atunes, anguilas, pulpos y uno que otro molusco agresivo y/o escurridizo-.


No tengo idea qué diablos son estos moluscos. Le pregunté a Koshiro y a Max -mis compañeros en este periplo- y no supieron explicarme. Sabían lo que eran, pero no encontraban las palabras como para hacerme entender. Simplemente dijeron "vienen del mar, son moluscos". Piñas marinas?


pepinos de mar,


almejas super requetecontra ultra desarrolladas -nota: se estaban moviendo en ese tiesto, parecían caracoles-.


El siempre horrible, pegajoso y repulsivo a la vista Anko (sí, el pez es así de feo. No está despellejado ni nada).


Por algún curioso motivo estos peces me recordaron a La Sirenita de disney. Estos japoneses se habrían dado un festín con los amigos de la protagonista.


Moluscos cuyo nombre ignoro. Koshiro me explicaba que todos estos productos la gente los puede comer crudos.


Quiero comer choritos a la parmesanaaaaaaaaa... Esas conchas eran más grandes que mi mano entera. Al parecer la concha es venenosa, pero sólo lo suficiente como para darte un pulento dolor de estómago.


Más camarones... Como los que estaban en el cóctel de los malos en "El espantatiburones".


Ika (calamar) en su tinta...


Surtido de pecesh...


Anago,


Unagi (anguila),


Tako (pulpo)


Cientos de pequeños pasillos, todos infestados de gente que intentaba comprar, vendedores acarreando bolsas llenas de peces o extraños seres marinos, los carritos que llevaban carga, y nosotros. Tengo que confesar que ni mimado sentido del olfato nunca había sido gran fan del olor a pescado, pero hoy el asunto fue curiosamente distinto. No sé si habrá sido lo fresco de los productos o la reminiscencia de alcohol en mi torrente sanguíneo, pero el fuerte olor a pescado y a mar me resultó impresionantemente tolerable. Incluso me abrió el apetito. Caminamos media hora fascinados por los pasillos que parecían no terminar nunca antes de ir a tomar desayuno. Claro, eso si se le puede llamar desayuno a comer pescado crudo con arroz.


Y, obvio, no podía faltar el protagonista del mercado: los atunes. Enormes pedazos de pescados, todo gira en torno a ellos en este lugar. En un recital de pop, el salmón sería de las bailarinas traseras junto a las anguilas, erizos, bonitos, caballas, pulpos y todos los nombres que quieras, mientras que britney spears sería un gran pedazo de atún congelado cantando al frente. Ese es el valor que le dan los japoneses al Maguro -como le llaman acá-.


El ambiente estaba cargado de ruidos de sierras cortando enormes bloques de atún congelado. Una vez reducidos en tamaño, los maestros pescaderos se encargaban de separar los cortes. Igual que en un vacuno hay palanca, lomo y filete, en el atún hay varias partes distintas. Todas varían de precio, sabor y calidad.


Así que una vez que estuvimos satisfechos de caminar, fuimos a comer desayuno -sí, comer desayuno-. Entramos a este local, donde por 15 dólares comimos Toro -de los mejores cortes de atún- y Uni (erizos). El Toro era un poco más grasoso que el atún normal, pero el sabor me volvió loco: era el equilibrio perfecto entre la pescadiza frescura del mar y la textura helada del sushi. El Uni me pilló desprevenido, pues lo había probado antes y el sabor ultramarino me dio arcadas, pero en esta ocasión fue distinto. El Uni fresco es de las delicateces más finas en la cocina japonesa, pero tiene que comerse fresco. Tras probar el primer bocado, hice las paces con el mar. Luego de toda una vida de luchar contra el olor a pescado y los metálicos sabores molúsquicos. Aun así, todavía no puedo comer ostras. Ostras!

jueves, 24 de enero de 2008

Del baúl de los recuerdos.



Las cosas no sólo se están poniendo más frías, sino que académicamente mucho más exigentes. De un momento a otro saltamos del programa básico al intermediario, lo que significó empezar a aprender el triple de lo que estábamos asimilando antes. Así que lo que difícilmente aprendíamos en una hora de clase hace un par de semanas, ahora es algo comprimido, que nos deja sin tiempo fuera de la universidad para hacer muchas cosas. Pero igual salgo, como, tomo y recorro, lo que me lleva a priorizar un poco más el tiempo, ergo poco tiempo para el blog. Pero bueno! Siempre hay un ratito que sobra. Ahora le estoy robando una hora a mi tiempo de estudio para actualizar, jejeje.

Aún era noviembre por la época, y habíamos llegado al fantástico depto de la familia de nuestra amiga Hana en GyeoungJu, Corea del Sur. Sólo estaríamos un par de días, así que partimos a primera hora en la mañana a las "ruinas" de Bulguksa, complejo con templos y edificios que datan de más de 400 años. El día nos tocó increíblemente despejado, aunque el frío que hacía te lo encargo. Tan frío que me vi obligado a usar mi flameante chaqueta 0 kilómetros, que me protegió del frío hasta en los momentos más crudos.



Cuando llegamos estaba infestado de escolares. Eran una plaga! Por lo menos había 5 colegios distintos, con 50 alumnos por colegio. Nos escapamos a un lugar un poco más silencioso del complejo, y menos mal luego de un par de horas ya se habían ido todos. Sólo quedábamos nosotros, un par de turistas rusos y uno que otro coreano por ahí.


Al estar construido en la montaña, el lugar estaba lleno de escaleras por todos lados. Con escalones curiosamente altos para lo pequeños que supuestamente eran estos coreanos ancestrales.


Las tejas coloridas hacían juego con la naturaleza que nos gritaba pintada de todos los tonos imaginables.




Esta es la vista frontal de los templos. En invierno se cubre de nieve, vimos unas postales que nos dejaron sin aliento de lo majestousas. A estas alturas de seguro están hasta el cuello con nieve!


Una vez que hubimos recorrido Bulguksa, decidimos ir al buda que había tallado en piedra en la montaña, declarado patrimonio de la humanidad por Unesco. Supuestamente quedaba a un par de kiómetros, pero obvio que era mucho más. Sin embargo, el camino increíblemente adornado de árboles, los paisajes vastos y la fauna exhuberante nos tuvieron entretenidos todo el camino.


En ese momento moríamos de frío. Jajajaja. Me agaché para abrocharme los cordones de las zapatillas, y vi hojas azules, moradas, amarillas, negras, blancas, rosadas, rojas, naranjas, el color que pidieras. La leve brisa estival las peinaba y las hacía bailar de aquí para allá, montándonos un espectáculo de colores en movimiento que parecía demasiado surreal como para ser verdad.


Ardillas coreanas con orejas punteadas...


Un dulce para el que encuentre a la ardilla en esta foto!


Una vez que llegamos a la parte superior del cerro, que ya comenzaba a parecer montaña, encontramos otro templo más. Ignoro la cantidad de años y esfuerzo que tienen que haber invertido las personas para construirlo. Pero la vista hace que todo valga la pena, estos monjes sabían lo que hacían.


Una vez que hubimos llegado a la cima, esta fue la recompensa: poder ver el mar. Ahí, en línea recta, nos estaba esperando Japón, nuestro hogar. No lo había percibido hasta antes del viaje, pero una vez en Corea echamos Japón demasiado de menos. Lo pasamos increíble, pero al final lo único que queríamos era volver a casa, a Tokyo. Curiosa sensación.



Ayer nevó, por segunda vez en dos años. La primera fue hace exactamente una semana, en el día de mi cumpleaños. Pero ayer fueron más de 10 centímetros de nieve los que cayeron! Hicimos guerra de entre clase y clase, nos empapamos hasta el cogote y nos revolcamos hasta decir basta. Gracias a que dentro de la sala de clases está la calefacción puesta al máximo, pude salir en polera a jugar en la nieve (pues sabía que iba a estar calentito cuando volviese). jejeje.

Mis hábitos de sueño se están yendo a la punta del cerro. Mi día puede comenzar a las dos de la mañana, como puede comenzar a las ocho, a veces duermo siesta a las 4 am, o salgo de compras a las 3 de la madrugada al supermercado, o comenzamos a carretear a las 5 de la tarde. Lo único inamovible son las clases, pero fuera de eso me vi forzado a quitar de mi definición de noche la parte que decía "espacio de tiempo usado principalmente para dormir". Me rehúso a usar cubiertos. Ni para comer helado! Últimamente, mi cerebro palpita más que mi región cardíaca. Me estoy volviendo adicto a las comidas picantes, y poco a poco me estoy rindiendo ante la idea de no comer carne más que una vez al mes (si es que). Supongo que todo esto apunta a una cosa: me estoy comenzando a adaptar. Ya era hora! Je.

domingo, 6 de enero de 2008

El invento del siglo

Les presento el mejor invento del mundo -luego del wc, papel confort y el sopapo-: el helado de té verde, relleno con chocolate... de TÉ VERDE!! El helado en sí no es tan bueno, un tanto amargo, pero una vez que llegas a chocolate te ves forzado a ampliar la definición que tienes de la palabra "placer". Y más encima a un precio alcanzable, 100 yenes! (1 dólar = 114,75 yenes).


El único lugar donde lo venden es en la librería de la universidad. Mis compañeros de curso me veían tan frecuentemente con uno de esos helados en la boca que lo probaron, y comenzaron a comprarlo compulsivamente debido a las características previamente descritas. El frío postre en cuestión comenzó a escasear, por lo que me vi forzado a comprar la totalidad de los helados de la librería para almacenarlos en mi congelador con tranquila seguridad. La señora de la caja levantó una ceja, miró la pila de 17 envases verdes que tenía frente a sí, me miró de vuelta y sacó rápidamente las cuentas con el ábaco maltrecho que seguramente tiene desde que estaba en el colegio.


Nadie supo por qué se habían acabado súbidamente los helados. Yo, por supuesto, me quedé piolita, feliz porque comía de postre al almuerzo este manjar día por medio. Pero parece que fue tanto el impacto que causó este furor verde en la librería que la siguiente vez que fui encontré el container ¡lleno hasta la mitad sólo de estos helados! Por lo que no me fue necesario seguir comprando en grandes cantidades para asegurar stock. Sin embargo, a estas alturas lo más probable es que el helado no existe. Los productos de poca trascendencia en términos de marca no duran más de 2 meses en el mercado, hasta que son cambiados por otros nuevos.



Se me acabaron las vacacioneeeees. Tengo una pila de tareas enorme para hacer para mañana, así que a aplicarse se ha dicho. Feliz año a todos!