jueves, 14 de junio de 2007

Una velada en Saltimbanco

Ya era hora de actualizar este asunto. Supongo que mi "yo redactor" está guardando fuerza escritoril para cuando esté en japón, pero no es excusa para tener botado el blog este par de meses, no señor! A lo que aprovecho de poner un extracto de algo que escribí el año pasado, luego de haber ido a ver Cirque du soleil.


"Trapecistas, acróbatas, una equilibrista china, mimos, payasos y una hora después, la primera mitad de la función estaba por acabar.

Dos payasos pusieron en el centro de la plataforma un carrito con una superficie plana de aproximadamente medio metro de ancho, uno de largo y uno de altura, y encima se subió una mujer menuda –no medía más de un metro sesenta –y muy delgada. Tenía una chaqueta y pantalones color crema con suaves líneas rojizas verticales, y un gorro de copa también de color crema. Bajo la chaqueta, brillaba una camisa de un azul muy intenso, y los pantalones cubrían en parte unos brillantes zapatos a tono con la tenida.

Sacó tres pelotitas de goma de sus bolsillos, un poco más pequeñas que sus manos de dedos finos. Comenzó a malabarear tranquilamente, al compás de la canción que tocaba la banda. Tirando las tres pelotas para arriba, luego haciéndolas rebotar en la pequeña base, la risueña mujer miraba al público con una sonrisa tal que parecía desapercibida de los tres objetos que volaban sin esfuerzo frente a ella. Se detuvo un momento, y sacó una cuarta pelotita de otro bolsillo. Siguió jugando con ellas: para arriba, luego para abajo, siempre al ritmo de la música. Alrededor de treinta segundos después, un payaso le pasó una quinta. No sólo la puso en el aire junto con las otras, sino que además comenzó a bailar tapping al ritmo de la música. Se detuvo de nuevo. Le pasaron la sexta. Luego la séptima. La octava. Y el público, hipnotizado al ritmo de esas pelotitas danzantes, sostuvo el aliento cuando le pasaron la novena. El momento de la verdad; el clímax. ¡Y lo logró! Lluvia de aplausos y gritos de euforia inundaron la gran carpa, y la mujer, exhausta, en ningún momento dejó de sonreír."


Una velada en saltimbanco