martes, 3 de junio de 2008

El verde... aún es tiempo de regresar al verde!


Partimos tempranito el domingo pasado. Tan tempranito que sólo alcancé a dormir una hora y media entre parranda y salida, pero había que hacer valer el único domingo soleado del mes. Así que a las 7:30 emprendimos el camino a Mitake, cerro ubicado en la periferia de Tokio, una hora y media alejada de la universidad. Fui con Angel, que fue quien planeó todo el viaje (mi parte del trato era hacer de burrito de carga, tarea que cumplí a cabalidad).


Una vez que llegamos a la pequeña estación de trenes, tomamos un bus local y llegamos al pie del tranvía, que es la forma más rápida de acceder a estos cerros bañados de árboles.

Como siempre, había uno que otro templo. Así que decidimos tomar una foto dramática junto a la estatua del samurai local. ¡Qué lineas, qué abruptas diagonales, cuánta pasión en aquellas simetrías! Todo estéticamente estudiado, por supuesto, y capturado gracias al auto timer de mi ya bien trotada cámara.


Una vez pasado el templo, emprendimos el camino hacia el parque de piedras que se suponía que era la atracción principal. Y a los cinco minutos de caminata nos encontramos sumidos en un mar de verde: árboles, insectos, troncos, rocas y hasta uno que otro viejito por ahí (todos verdes, obvio). El sol pegaba lo justo y necesario para hacer placentera la brisa húmeda de bosque, y un silencio de siglos de vida nos acogió afectuosamente. El trino de pájaros y árboles meciéndose al son del viento fue la música que nos acompañó todo el viaje.


Mitake no es un lugar demasiado popular entre los turistas, gracias a lo cual no está sobreexplotado -como suelen estarlo las atracciones de hoy- y pudimos apreciar el estilo más tradicional del bosque japonés. Con arañas de curiosas formas y todo...


Y, claro, no podía faltar una foto de los protagonistas en el bosque. Creo que fue la parte más café que encontramos.


Anduvimos alrededor de una hora caminando en medio de centenares de árboles que se estiraban como finos dedos hacia el cielo, y el suelo cedía muy suavemente bajo nuestros pies. Años y años de musgo, hojas muertas y ramas blandas fueron lo suficientemente gentiles como para acolchar nuestra marcha.


Pero el camino no nos iba a hacer las cosas tan fáciles: pasamos por senderos estrechos con amenazadoras pendientes, riachuelos rocosos con ansias mojadas de comer zapatos y murallas de raíces intrincadas como tentáculos.


Y cuando pensamos que las cosas no podían ponerse más verdes, la madre naturaleza nos dio un tortazo de flora entre ceja y ceja. Estábamos más cerca del jardín de rocas y las famosas cascadas (aunque el jardín no lo encontramos nunca, jeje).


El agua estaba fresquísima, y las piedras cubiertas de musgo formaban pequeñas cascadas cuyo sonido suave le dan mil patadas a todos esos CD de "sounds of nature".


Nada más placentero que el arrullo de un arroyo. Del desayuno un rollo, una cámara a rayas, y por fotógrafo un carrillo.


Una vez que nos topamos con el riachuelo, la senda nos llevó bordeándolo por otra media hora de agradable caminata.


A ratos el sol escapaba de las nubes e iluminaba violentamente el bosque. A esta foto no le di ninguna clase de retoque, y aun así encuentro que le faltó verde para lo que vimos. ¡Imposible meter tanto color en una sola foto!


Uno de los árboles centenarios sagrados de la zona.


Y al cabo de un rato ¡llegamos a la primera cascada!


El agua al caer tiraba mucho viento y me bajaron unas ganas enormes de bañarme, pero los 15 grados que hacía y la falta ocasional de sol me llevaron a conformarme con verla así, de cerquita.


Para la segunda tomamos otro camino, y luego de bajar varias escaleras de metal casi verticales talladas en roca llegamos. Era pequeña, pero empeñosa. Y un murmullo de ensueño que casi nos echó a dormir en el lugar...


Nada mejor que saltar encima de los árboles. Por poco y me cubro de arañas (no caché que había un nido), pero logré despegarme justo a tiempo del tronco.


Volvimos luego de otro par de horas de caminata cerro arriba, por unas rústicas escaleras de madera. El tramo de vuelta en el tranvía fue el premio del día, y conseguimos asientos en primera fila para ver el show de naturaleza camino abajo.


Y una hora después llegamos al río Tama, unas cuantas estaciones de tren camino hacia Tokio. El timing fue perfecto, y las nubes alcanzaron justo a desparramarse para poder ver la puesta de sol. Fue un día perfecto.



Y ahora a correr! Se me fue toda la hora de almuerzo en escribir, y estoy atrasado a clases =P.

3 comentarios:

noesmasqueblabla dijo...

Jajaja... pobre Bruno, Japón te ha quitado el sueño... imagino que cuando vuelvas, entre eso y el jetlag, vas a dormir una semana entera... jejejeje.

¿Y quién es la chiquilla en cuestión?

Besitos!!

Unknown dijo...

Parece que fue un hermoso paseo, las fotos estan preciosas. Muchos saludos a Angel, sale muy bien.
Imagino que ademas de fotos hiciste grabaciones, ahi escucharemos en vivo y en directo los "sounds of nature" cuando regreses a casa.
Besitos y saludos de mamá
= )

Juano dijo...

Que risa lo de "sounds of nature"... Me acordé de una tienda en el mall de La Serena que siempre cosas así! en todo caso, debe ser buen negocio comercializar eso, para ponerlo en la sala de espera del reiki o las gotas de Bach! Habrá que pedirle permiso a alguien para grabar algo así?