Como quien va al mercado central...
Tres intentos fallidos. Tres ocasiones en las que intentamos ir a Tsukiji, el mercado de pescados más grande y fresco del mundo entero (o al menos eso es lo que dicen). Y por fin lo logramos! La noche anterior estuvo cargada de tequila, cervezas, risas y llantos, pues estábamos celebrando el hecho de que perdimos el gran campeonato inter dormitorios de la universidad (obvio, siempre hay que celebrar). Me fui a la cama a la 1 am, y a las 4 me vinieron a despertar para partir al mercado (que está abierto sólo entre 4 y 8 de la mañana). Una hora y poco más tarde, estábamos en Tuskiji.
El lugar era enorme, y emanaba vida. Gente corriendo de un lado para otro, acarreando pescados, mariscos y criaturas que ni en mis pesadillas más duras podría haber imaginado.
La gente usaba estas pequeñas grúas motorizadas para mover los pescados, y había cientos de ellas. Te tocaban la bocina o pasaban peligrosamente cerca tuyo a toda velocidad, dejando en claro que estabas estorbando en su diligente mañana.
Comencemos con los bichitos:
Camarones...
Centollas,
Todos los productos del mar los podías comprar en cualquier etapa de frescura que quisieras -salvo quizás los atunes, anguilas, pulpos y uno que otro molusco agresivo y/o escurridizo-.
No tengo idea qué diablos son estos moluscos. Le pregunté a Koshiro y a Max -mis compañeros en este periplo- y no supieron explicarme. Sabían lo que eran, pero no encontraban las palabras como para hacerme entender. Simplemente dijeron "vienen del mar, son moluscos". Piñas marinas?
pepinos de mar,
almejas super requetecontra ultra desarrolladas -nota: se estaban moviendo en ese tiesto, parecían caracoles-.
El siempre horrible, pegajoso y repulsivo a la vista Anko (sí, el pez es así de feo. No está despellejado ni nada).
Por algún curioso motivo estos peces me recordaron a La Sirenita de disney. Estos japoneses se habrían dado un festín con los amigos de la protagonista.
Moluscos cuyo nombre ignoro. Koshiro me explicaba que todos estos productos la gente los puede comer crudos.
Quiero comer choritos a la parmesanaaaaaaaaa... Esas conchas eran más grandes que mi mano entera. Al parecer la concha es venenosa, pero sólo lo suficiente como para darte un pulento dolor de estómago.
Más camarones... Como los que estaban en el cóctel de los malos en "El espantatiburones".
Ika (calamar) en su tinta...
Surtido de pecesh...
Anago,
Unagi (anguila),
Tako (pulpo)
Cientos de pequeños pasillos, todos infestados de gente que intentaba comprar, vendedores acarreando bolsas llenas de peces o extraños seres marinos, los carritos que llevaban carga, y nosotros. Tengo que confesar que ni mimado sentido del olfato nunca había sido gran fan del olor a pescado, pero hoy el asunto fue curiosamente distinto. No sé si habrá sido lo fresco de los productos o la reminiscencia de alcohol en mi torrente sanguíneo, pero el fuerte olor a pescado y a mar me resultó impresionantemente tolerable. Incluso me abrió el apetito. Caminamos media hora fascinados por los pasillos que parecían no terminar nunca antes de ir a tomar desayuno. Claro, eso si se le puede llamar desayuno a comer pescado crudo con arroz.
Y, obvio, no podía faltar el protagonista del mercado: los atunes. Enormes pedazos de pescados, todo gira en torno a ellos en este lugar. En un recital de pop, el salmón sería de las bailarinas traseras junto a las anguilas, erizos, bonitos, caballas, pulpos y todos los nombres que quieras, mientras que britney spears sería un gran pedazo de atún congelado cantando al frente. Ese es el valor que le dan los japoneses al Maguro -como le llaman acá-.
El ambiente estaba cargado de ruidos de sierras cortando enormes bloques de atún congelado. Una vez reducidos en tamaño, los maestros pescaderos se encargaban de separar los cortes. Igual que en un vacuno hay palanca, lomo y filete, en el atún hay varias partes distintas. Todas varían de precio, sabor y calidad.
Así que una vez que estuvimos satisfechos de caminar, fuimos a comer desayuno -sí, comer desayuno-. Entramos a este local, donde por 15 dólares comimos Toro -de los mejores cortes de atún- y Uni (erizos). El Toro era un poco más grasoso que el atún normal, pero el sabor me volvió loco: era el equilibrio perfecto entre la pescadiza frescura del mar y la textura helada del sushi. El Uni me pilló desprevenido, pues lo había probado antes y el sabor ultramarino me dio arcadas, pero en esta ocasión fue distinto. El Uni fresco es de las delicateces más finas en la cocina japonesa, pero tiene que comerse fresco. Tras probar el primer bocado, hice las paces con el mar. Luego de toda una vida de luchar contra el olor a pescado y los metálicos sabores molúsquicos. Aun así, todavía no puedo comer ostras. Ostras!